El pasaje evangélico que se nos acaba de leer trata del Señor Jesucristo caminando sobre las aguas del mar, y del apóstol Pedro al que el miedo le hizo vacilar cuando caminaba sobre ellas y a quien la falta de fe le hundió y la confesión sacó de nuevo a flote. Dicho pasaje nos exhorta a ver en el mar el mundo presente y en el apóstol Pedro, una figura de la única Iglesia.
Dado que Cristo es la piedra, Pedro es el pueblo cristiano, pues «piedra» es el nombre originario. Pedro viene de piedra, no piedra de Pedro, como cristiano proviene de Cristo, no Cristo de cristiano. Por tanto —le dice—, tú eres Pedro y sobre esta piedra que has confesado, sobre esta piedra que has reconocido al decir: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia, es decir, sobre mí mismo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Sobre mí te edificaré a ti, no me edificaré a mí sobre ti.
De hecho, queriendo algunos hombres edificar sobre hombres, decían: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, esto es, Pedro. Y otros, que no querían ser edificados sobre Pedro, sino sobre la piedra, decían: Yo soy de Cristo. Cuando el apóstol Pablo vio que él era elegido y Cristo despreciado, dijo: ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso ha sido Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Si no lo fuisteis en el nombre de Pablo, tampoco en el de Pedro, sino en el de Cristo; para que Pedro fuese edificado sobre la piedra, no la piedra sobre Pedro.
Para reflexión personal
¿En medio de las tormentas que agitan a nuestra sociedad, has tenido o tienes miedo?
¿Eres consciente que Cristo, al igual que con Pedro, nos tiende la mano y nos dice: «¡Ánimo, aquí estoy yo, no tengáis miedo!»?
¿Al igual que ocurrió con Pedro, sabes que Cristo quiere contar contigo en medio de las dificultades, y que tú debes contar con él en todo lo que hagas?
¿Te has preguntado cómo te llama el Señor hoy?