Sermón 229 V
Como una moneda pierde la imagen del emperador cuando se la restriega contra la tierra, así el alma humana pierde la imagen de Dios si se la restriega con los deseos terrenos. Pero vino el que acuña, Cristo, que volverá a acuñar las monedas. ¿Cómo? Perdonando los pecados con la gracia. Te mostrará también que Dios busca su imagen.
En efecto le hicieron la siguiente pregunta, referente a los impuestos que hay que pagar al César: ¿Es lícito pagar tributo al César? La intención era tentarle. Si respondía negativamente, le acusarían sirviéndose de los exactores mismos: «Miren aquí uno que enseña que no se debe tributar»; si, por el contrario, respondía positivamente, dirían: «Miren que maldijo a Jerusalén; la ha hecho tributaria». ¿Qué dijo y qué exhortó a hacer? ¿Por qué me tientan, hipócritas? Traigan una moneda. Y se la llevaron. -¿De quién es la imagen y la inscripción? Respondieron: -Del César. -Entonces den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Es decir, si el César busca su imagen en la moneda, ¿no ha de buscarla Dios en el hombre?
Produjo la tierra hierba de pasto y árboles frutales: también los hombres producen en la Iglesia obras de misericordia. Obras que continúan las que mostraron al Señor, cuando aún se hallaba en la carne, no sólo varones -como Zaqueo-, sino también mujeres que le servían con sus propios bienes.
Para reflexión personal
Según San Agustín, somos moneda de Dios, moneda que hemos salido de su tesoro; por el pecado se borró lo que en nosotros estaba impreso, pero vino a reformarla el mismo que la había formado, por lo tanto pide su moneda como el César pide la suya (Comentarios al Evangelio de San Juan, Tra. 40, 9). ¿Cuál es la imagen que aparece en nuestra moneda (corazón)? ¿Le estamos dando a Dios lo que le corresponde?, ¿Dejamos que el Espíritu Santo impregne en nosotros la imagen de Dios o al contrario nos aferramos a nuestra propia imagen que llevamos dentro?