Sermón 90
Todos los bautizados conocen cuál es la boda del hijo del rey y cuál el banquete que ofrece. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohíbe acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que son dos los banquetes del Señor: uno al que vienen buenos y malos, y otro al que no tienen acceso los malos. Ahora bien, el banquete del que hemos oído hablar en la lectura del Evangelio contiene ciertamente buenos y malos. Todos los que se presentaron sus excusas para no participar en él son malos, pero no todos los que entraron son buenos. Por tanto, me dirijo a ustedes que, siendo buenos, se sientan en este banquete, cualesquiera que sean los que prestan atención a las palabras: Quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación1. Me dirijo a todos los que son así para que no busquen buenos fuera del banquete y toleren a los malos dentro.
¿De qué se trata, pues? No quiero que ninguno de los que se acercan a la mesa del Señor aquí presente se encuentren entre los muchos que serán separados, sino en compañía de los pocos que permanecerán. ¿Cómo eso sera posible? Reciban el traje de boda. «Exponnos —dirás— cuál es el traje de boda». Sin duda, es el traje que sólo poseen los buenos, los que quedarán en el banquete, los reservados para el banquete al que ningún malo tiene acceso, los conducidos a él por la gracia del Señor. Esos son los que tienen el traje de boda.
Busquemos, pues, hermanos míos, quiénes entre los fieles tienen algo que no poseen los malos; eso será el traje de boda. ¿Los sacramentos? Ven que son comunes a buenos y a malos. ¿El bautismo? Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo, pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios. Por tanto, no me es posible identificar el traje de boda con el bautismo, es decir, con el sacramento: es un traje que veo que llevan buenos y malos. Tal vez lo es el altar o lo que se recibe de él. Pero vemos que muchos lo comen, pero comen y beben su condenación. ¿Qué cosa es, entonces? ¿El ayuno? También los malos ayunan. ¿Asistir con los demás a la Iglesia? También asisten los malos. Para concluir, ¿el hacer milagros? No sólo los hacen los buenos y los malos, sino que a veces no los hacen los buenos. Ved que en el antiguo pueblo hacían milagros los magos del faraón y no los hacían los israelitas. Entre éstos sólo Moisés y Aarón los hacían. Los demás no los hacían, pero los veían, temían, creían. ¿Acaso eran mejores los magos del faraón, que hacían milagros, que el pueblo de Israel que no podía hacerlos y, con todo, como pueblo pertenecía a Dios? Ya dentro de la Iglesia, escucha al Apóstol: ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso tienen todos el don de curaciones? ¿Hablan todos lenguas?
¿Cuál es, pues, el traje de boda? Este: El objetivo del mandamiento —dice el Apóstol— es el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. Este es el traje de boda. No cualquier amor, pues con frecuencia vemos que se aman hombres partícipes de una mala conciencia. Quienes juntos cometen robos, juntos causan daños, juntos aman a los histriones, juntos aclaman a los aurigas y cazadores del circo, en la mayor parte de los casos hay amor entre ellos; pero no existe en ellos el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. Tal amor es el traje de boda.
Para reflexionar
En un mundo donde las apariencias son importantes y nos revestimos de cosas para “ser felices”, llevamos el traje de bodas para acercarnos a los sacramentos, es decir, ¿tenemos un corazón lleno de amor?